Recientemente tuve la oportunidad de vivirlo en una aventura inolvidable que se narra con gusto. El sol se pone y abordamos un pequeño bote para emprender la expedición en busca de bioluminiscencia. No saber exactamente qué esperar es parte de la emoción. La cercanía al agua casi permite alcanzar la estela con la mano y (desde ya) se alegra el alma.
Transcurre la aventura y todo sigue pareciendo muy normal. Los ojos se adaptan a la oscuridad y la emoción de explorar el mar nocturno se adueña de nuestra percepción. Pero poco a poco algo llama la atención. Ante ojos atónitos, notamos que cuando el barco atraviesa el agua, se desencadena una reacción destellante. Tenues chispitas marinas dan paso a un suave resplandor y muy pronto la luz baila al ritmo del movimiento. Las aguas están densamente pobladas por plancton bioluminiscente, organismos microscópicos que reaccionan al movimiento con una reacción química que crea destellos de verde azulado. ¡El fenómeno es fascinante! Y más aún al comprobar que desplazar la mano por el agua deja un rastro de estrellas diminutas.